¿Qué hace que todos los peruanos y peruanas nos reconozcamos como parte de una misma nación? ¿Cómo es posible que todos los connacionales se consideren miembros de una misma comunidad a pesar de sus diferencias? Para que ello ocurra, se hace necesario que exista una “imaginación” o narrativa común de la nación, basada en elementos que compartimos todos en mayor o menor medida. De esta manera, se hace posible establecer una conexión con los demás peruanos, incluso con aquellos que no conocemos. Este vínculo nos permite sentir que contamos con un pasado común y que nos dirigimos hacia un futuro compartido.
Desde los inicios de los Estados-nación, la escuela ha sido una de las instancias con mayor poder para la creación y transmisión de una narrativa sobre la nación, narrativa que sirve para legitimar las acciones del Estado y permitir que las percibamos como acciones en favor del interés nacional. La escuela es idónea para esta tarea porque:
Sin embargo, en el contexto contemporáneo, pareciera que la escuela se encontrara en desventaja para competir con otros espacios y medios de construcción y transmisión de narrativas, tales como los medios masivos de comunicación o las plataformas digitales. Resulta válido preguntarse entonces si, desde el Estado, se sigue considerando a la escuela como una plataforma con poder para la construcción de una comunidad nacional y qué narrativas sobre el Perú se trasmiten desde ella.
Al respecto, el antropólogo Alex Huerta considera que la escuela mantiene un lugar de poder como transmisora de narrativas sobre el país, pero la experiencia escolar en sí misma tendría efectos contradictorios. En efecto, como estudiantes, nos vemos obligados a recurrir a diversas estrategias frente a las discordancias que supone experimentar una escuela pública que insiste en “mantener las formas” a pesar de insertarse en un contexto donde la informalidad es lo que prima. En este sentido, la escuela estaría transmitiendo cierta idea “oficial” sobre el Perú, pero también una experiencia sobre la “vida real” en el país que parecería no tener mayores puntos de encuentro con ella.
Por otra parte, la también antropóloga Patricia Oliart opina que, a pesar de las transformaciones respecto del lugar de la escuela en la sociedad, esta continúa siendo uno de los únicos espacios en el que las narrativas sobre el país se conocen y discuten. En este sentido, se trata de una instancia cuyo poder está en su posibilidad de incorporar el diálogo y la reflexión; en el enseñar a pensar, contrastar y evaluar la información a la que accedemos.
El estudio que hemos llevado a cabo nos permite afirmar que, a pesar de las enormes transformaciones sociales de los últimos tiempos, la escuela sigue siendo una instancia privilegiada por el Estado (tal vez no la única ni la principal) para transmitir una narrativa sobre el país acorde con los proyectos políticos contemporáneos. Ello puede verse en los contenidos de los libros de texto y las plataformas de educación a distancia, y se cimenta en el tipo de prácticas de enseñanza más populares en nuestro país, así como en los rituales propios de la vida escolar. Esta constatación debería impulsarnos a reforzar el trabajo desde la escuela con el objetivo de construir una narrativa sobre el país asentada en la democracia y la ciudadanía.
Imaginar la nación supone la configuración de ciertas representaciones o ideas sobre ella que todos los connacionales podamos compartir. Se trata de contar con algunos referentes que hacen posible que consideremos la existencia de una comunidad nacional a pesar de nuestras diferencias. Lo anterior contribuye a legitimar la organización social y política de un territorio en el cual la mayor parte de ciudadanos no se verán nunca cara a cara.
Benedict Anderson pone el tema sobre la palestra en 1983, con la publicación de su libro Comunidades imaginadas. En él, argumenta que, en la Europa de finales del siglo XVIII, la popularización de la imprenta hizo posible que se difundieran publicaciones noticiosas y ficciones (novelas) que generaban en las personas el efecto de sentirse parte de algo mayor: una comunidad de individuos que comparten el mismo espacio y participan simultáneamente de una misma historia. A ello contribuyen, además, el hecho de contar con un territorio propio representado a través del mapa, con una lengua usada por la mayoría de la población, con un pasado común, mientras más remoto mejor.
Anderson y otros autores comparten un enfoque constructivista acerca de la formación de narrativas sobre la nación: estamos constantemente construyendo y reconstruyendo lo que entendemos por “nacional” en función del contexto y las circunstancias. Otros autores (más esencialistas) señalan que existen elementos de identificación étnica que preceden a la formación de los Estados, como los mitos o leyendas de creación, y que apuntarían a una esencia nacional que está más allá de las transformaciones simbólicas a las que aluden los enfoques más constructivistas.
Lo cierto es que la configuración de la imaginación de la nación tiene de ambos: las naciones tal como las conocemos surgen en la era moderna y necesitan inventar símbolos que las representen, pero para ello se apoyan en elementos preexistentes en el pasado, los cuales son resignificados permanentemente.
La escuela es un espacio fundamental para transmitir la narrativa sobre la nación a partir de las intersecciones que se dan entre el currículo y los textos escolares, las prácticas de enseñanza y los rituales escolares. El currículo es la base que establece qué aprendizajes y conocimientos se espera de los estudiantes al finalizar su etapa escolar. Ello toma forma en los libros de texto, donde puede apreciarse en detalle qué contenidos componen el conocimiento escolar y de qué forma se espera que los estudiantes los aprendan. Pero dichos contenidos pasan por la mediación de los docentes, quienes ponen en práctica determinadas prácticas pedagógicas en el aula. Paralelamente, más allá de lo propiamente pedagógico, en la escuela se conmemoran fechas y personajes y se realizan ceremonias que contribuyen también a reforzar ciertas imágenes sobre la nación. Se trata de un escenario complejo al que contribuyen también las narrativas que se difunden en espacios no escolares, en los cuales lo local o lo regional cuentan con una relevancia que no siempre se les da en las escuelas.
A lo largo de nuestra historia como Estado independiente, la narrativa que la escuela presenta sobre la nación ha ido cambiando, a tono con el contexto político de cada época. Ya desde la independencia del dominio español la educación fue considerada como uno de los fundamentos sobre los cuales se construiría un nuevo Perú, basado en los ideales liberales de igualdad y progreso, aunque las instituciones educativas continuaron priorizando la educación religiosa y moral en este periodo. Es recién luego de la guerra con Chile que la escuela empieza a ser de manera más explícita un vehículo para la transmisión de un discurso nacionalista, patriótico que promoviera la identificación con el país. Ello se observaría tanto en el currículo y los textos como en los rituales escolares militarizados. Para finales del siglo XIX, la escuela es vista como un medio para lograr integrar a la población indígena, rural a la “sociedad civilizada” representada por los sectores más urbanos y occidentalizados.
El interés por el potencial de la escuela para fortalecer la nación se mantiene en buena parte del siglo XX, con diversos énfasis y objetivos, sobre todo a partir de su masificación y a la amplia distribución de textos de historia del Perú en las instituciones educativas. Ahora bien, dos hechos significativos marcan hitos importantes en esta trayectoria: en primer lugar, la abrupta caída del gasto público por estudiante a finales de la década de los 60, que empieza a recuperarse en los 90, y las reformas de corte neoliberal realizadas en el aparato del Estado en general y en el sector educativo en particular, también en los años 90, y que se mantienen hasta hoy.
Antonio Zapata, historiador, identifica tres periodos clave en la historia republicana reciente en los que es posible percibir una dirección clara desde el Estado respecto de las narrativas sobre la nación. En cada uno de estos periodos es posible identificar un mensaje principal, una serie de valores fundamentales y unos enemigos contra los que hay que luchar para preservar la “esencia nacional.”
Zapata considera que la difusión de estas narrativas oficiales desde el sistema escolar ha tenido un éxito relativo, dependiendo del contexto histórico general y de la voluntad política de los gobiernos.
Es claro que en todos los casos se trata de una narrativa construida desde el centro del poder político (Lima), que invisibiliza las miradas locales y regionales. El historiador ayacuchano Nelson Pereyra considera que las narrativas desde las regiones tienen cada vez menos cabida en las escuelas y que cuando la tuvieron se trató de momentos históricos específicos en los que ciertos eventos regionales eran de utilidad para el conjunto de la narrativa nacional.
En el siguiente módulo nos concentramos en las narrativas sobre el Perú que podemos encontrar en los textos escolares.
¿Qué idea de nación encontramos en el currículo y los textos escolares peruanos? Tanto el currículo como los textos han tenido distintos objetivos, contenidos y formatos a lo largo de nuestra historia republicana. También ha sido diverso su alcance y su uso por parte de docentes y estudiantes. Pero lo cierto es que, con distintos énfasis, el Estado siempre se ha apoyado en la escuela para difundir una narrativa sobre el país acorde con el proyecto político del momento, incluso en los tiempos actuales.
Tras las guerras por la independencia, el discurso oficial buscó crear desde la escuela una identificación con la nación peruana acorde con el nacimiento de la nueva república. El currículo de la época nos muestra, sin embargo, un énfasis en la continuidad de la educación religiosa y moral propia de épocas previas. En este contexto, la historia del Perú no ocupaba un lugar principal y se enseñaba solo en un pequeño grupo de escuelas al que asistían los estudiantes de los grupos sociales más privilegiados.
Es luego de la guerra con Chile que encontramos ya un claro contenido nacionalista en los libros usados en las escuelas. Ello respondía a la preocupación oficial de preparar militarmente a los estudiantes en caso de otro conflicto bélico, así como de fortalecer su identificación con el país. Los textos escolares ofrecían un enfoque de la historia como “maestra vida”, es decir, un medio para aprender de los errores y aciertos del pasado y construir a partir de ellos un futuro. Además, empieza a tomar fuerza una imagen del Perú en la cual el pasado prehispánico aparece como un vínculo capaz de unir a todos, excepto a los indígenas contemporáneos, los cuales son percibidos como el obstáculo que impide el desarrollo integrado de la nación.
Ya en el siglo XX, la narrativa histórica oficial siguió en su afán de presentar una historia nacional a través del énfasis en ciertos acontecimientos, fechas relevantes y personajes. Lo militar (expresado en las fronteras, la soberanía y la seguridad nacional) y lo político (expresado en las obras de los distintos gobiernos) van a ser fundamentales en el relato histórico y geográfico. El Perú representado en los textos escolares es una nación socialmente homogénea y cohesionada, con un territorio definido (aunque con problemas limítrofes) y con un Estado al mando de su organización.
A partir de la última década del siglo XX, se introducen con fuerza, tanto en el currículo como en los textos escolares, dos elementos que significarán un cambio importante en la narrativa sobre el Perú desde la escuela.
Por un lado, empieza a cobrar fuerza la imagen del Perú como un país diverso, cuya riqueza está en la diferencia. Ya en pleno siglo XXI, la diversidad se instala con solidez en la narrativa, muchas veces a partir de una mirada que se asienta el “nation branding” de Marca Perú, es decir, la concepción del país como un elemento para el consumo y el desarrollo económico. Gradualmente, sin embargo, esta mirada da paso a una concepción de la diversidad que atiende tanto a sus posibilidades como a los conflictos y contradicciones que supone, con mayor énfasis en el desarrollo del pensamiento crítico.
Patricia Oliart interpreta lo anterior de la siguiente manera en este video.
Por otro lado, desde los cursos de Historia del Perú, se complejiza la mirada sobre la nación a partir de la incorporación de competencias como la comprensión del tiempo histórico o el contraste de fuentes. Los textos actuales intentan presentar los procesos históricos desde una mirada amplia y objetiva. Además, se preocupan por incluir fragmentos o referencias a trabajos de la historiografía contemporánea, en un intento por vincular los avances de la academia con el quehacer diario escolar. Adicionalmente, es claro el esfuerzo por que la narrativa histórica no esté solo limitada a promover la identificación con la nación, sino que contribuya a la construcción de ciudadanía.
En suma, el currículo y los textos escolares vigentes nos presentan una narrativa sobre el Perú anclada en dos bases aparentemente disímiles: por un lado, desde una mirada asentada en el consumo, un Perú cuya diversidad es digna de optimista celebración debido a su potencial turístico y comercial; y, por otro, desde una preocupación por el desarrollo de competencias y el enfoque ciudadano, un Perú diverso con un pasado y un presente complejos y conflictivos.
¿Qué papel cumplen las prácticas de enseñanza en la transmisión del discurso oficial sobre la nación desde la escuela? A lo largo de nuestra historia, han tenido lugar algunas iniciativas importantes por reformar la pedagogía en las escuelas, bajo la premisa de que el cambio o renovación de contenidos debe ir acompañado de la transformación de las formas de enseñar. Las prácticas de enseñanza, sin embargo, contrariamente a lo que podríamos pensar, han cambiado muy poco a lo largo del tiempo, lo cual resulta beneficioso para el cumplimiento de ciertos objetivos educativos pero perjudicial para otros.
Patricia Oliart comparte con nosotros una aguda reflexión respecto del lugar de los contenidos en la escuela a partir de las reformas de los años noventa, en la cual además vincula su pérdida de centralidad con la formación de un relato convocante sobre el Perú desde la institución escolar.
Para Nelson Pereyra, el énfasis en los aspectos pedagógicos iniciado con las reformas de los años noventa parece haber contribuido también a la desaparición del docente con perfil intelectual, lo cual ha significado una pérdida importante en lo que respecta a la producción de narrativas regionales.
En sus inicios, la escuela tomó prestadas las prácticas de enseñanza de la educación religiosa, las cuales se centraban alrededor de rutinas como la interrogación, la exposición, la evaluación y la calificación. En todas ellas, es posible distinguir una característica común: la repetición, muchas veces literal, de formas y contenidos. A pesar de los siglos transcurridos, esas prácticas demuestran una notoria solidez y continuidad hasta el día de hoy en las aulas.
El caso del Perú no es una excepción. Desde los inicios de la república, las escuelas privilegiaban la memorización como principal método de aprendizaje y, aunque hubo diversos intentos a lo largo del tiempo por poner en práctica métodos de enseñanza menos centrados en la repetición literal, es recién a finales del siglo XX que vemos esfuerzos más persistentes en ese sentido.
Las reformas educativas de los años noventa tuvieron como objetivo mejorar la calidad de la educación a partir de, entre otros, la transformación de la práctica en el aula. Los maestros debían poner a los estudiantes al centro del aprendizaje, guiarse por sus intereses, basarse en los conocimientos que traían al aula y construir a partir de ellos. Las estrategias para poner en práctica lo anterior incluían el trabajo colaborativo, actividades de aprendizaje por descubrimiento, el uso de materiales de enseñanza diversos; en suma, una pedagogía “activa”.
La ausencia de un acompañamiento constante a los maestros llevó a que estos cambios pedagógicos se consolidaran solo en sus aspectos más superficiales. Así, en las aulas de hoy podemos observar la presencia de trabajos grupales, presentaciones orales y “trabajos de investigación” que proporcionan la apariencia de que se está enseñando y se está aprendiendo, cuando en realidad el trabajo carece de profundidad y se limita, en buena parte de los casos, a la copia, la repetición y la recuperación de información literal.
Una de las prácticas más extendidas en la escuela es la copia constante. En las imágenes se aprecia un mismo texto copiado primero en un papelote y luego en los cuadernos. El texto, a su vez, fue tomado de un libro.
Carolina de Belaunde nos proporciona más elementos de análisis al respecto en el siguiente video.
Las prácticas de enseñanza y el conocimiento
La repetición y la copia contribuyen a establecer una relación con el conocimiento escolar como un saber fijo, que no se puede cuestionar o transformar. Ello se profundiza además gracias al hecho de que el diálogo, la discusión y el debate reales están casi por completo ausentes de las aulas. Como podemos suponer, lo anterior no contribuye a la formación de ciudadanos informados, capaces de deliberar y de participar en asuntos públicos.
Ahora, ¿cómo se conectan estas prácticas de enseñanza superficiales, repetitivas y poco dialogantes con los materiales educativos en los cuales se plasma el discurso oficial sobre la nación? En general, los textos escolares son usados sobre todo para leer, para copiar y para resolver cuestionarios. Como veíamos en otra sección, los textos escolares de historia con que cuentan las escuelas actualmente presentan contenidos y actividades que pueden resultar complejos y desafiantes para maestros y estudiantes. Ello lleva a los docentes a “adaptar” el texto, lo que usualmente se traduce en una simplificación, como, por ejemplo, desarrollar solo las actividades más sencillas y obviar las más exigentes.
Los rituales que conmemoran al Perú se iniciaron desde la independencia con el acto mismo de su proclamación y la fijación de un conjunto de héroes, símbolos y fechas. El mismo José de San Martín ordenó que los estudiantes cantaran el himno antes de iniciar clases, las cuales se desarrollaban en aulas decoradas con imágenes de héroes nacionales y de escenas clave en la construcción de la nación. El ejército, la iglesia y la escuela fueron desde ese tiempo algunas de las instituciones con mayor participación en la implementación de los rituales de la nueva nación, cuya fecha central de celebración se fijó en el 28 de julio, lo que le imprimió un carácter eminentemente limeño. Tiempo después, en los años posteriores a la guerra con Chile, el reforzamiento de temas patrióticos en el currículo y los textos se vio acompañado también de un énfasis en la importancia del desfile escolar, en el cual los estudiantes hacían despliegue de diversos ejercicios militares.
En la actualidad, los rituales patrióticos mantienen un lugar sumamente relevante en la escuela respecto de los imaginarios sobre el Perú y no parecen haber sufrido transformaciones muy radicales desde el siglo XIX.
La independencia y la guerra con Chile son también los dos eventos principales del calendario cívico escolar, el cual sirve como organizador de los contenidos trabajados en las aulas.
Estudiantes de una escuela rural de la sierra preparados para iniciar los ensayos del desfile escolar.
La actividad central de celebración de la independencia desde la escuela es el desfile, el cual replica la parada militar, con sus jerarquías y despliegues de poderío, héroes y hazañas. La conmemoración de la guerra con Chile, por otro lado, se concentra en el día de la batalla de Arica, en el cual la ceremonia principal es el izamiento de la bandera. Adicionalmente, al inicio de cada semana, se realiza en algún espacio central de la escuela, como el patio, la formación. En ella, suele apelarse también a representar jerarquías a partir de la ubicación de los estudiantes en el espacio según su tamaño o el grado que cursan, así como a estilos propiamente militares, tales como la toma de distancia. Ya sea en los desfiles o en la formación, los símbolos patrios hacen su aparición de manera activa: se canta el himno nacional, se iza y saluda la bandera.
Tanto el desfile como la formación constituyen rituales con una alta carga afectiva, en los cuales los estudiantes participan de manera activa y desarrollan familiaridad con los símbolos, hechos y personajes gloriosos de la nación. Es a través de estos rituales que se va desarrollando un sentido de pertenencia, de identificación con la nación, sobre todo en la primaria. En efecto, los rituales patrióticos son centrales en la construcción de imaginarios sobre el país desde la escuela, pues incluyen un elemento emotivo, vivencial, con el cual es difícil de competir desde otras esferas de la experiencia escolar. El ritual, además, permite unir lo individual y lo colectivo, y nos proporciona un calendario de hitos nacionales que todos podemos conmemorar. En este proceso, el ritual ayuda a fijar un vocabulario y un conjunto de imágenes que se perciben como compartidas a pesar de nuestras diferencias.
Billig (1995) Pero el ritual no se experimenta solo a través de ceremonias conmemorativas o celebratorias que hacen una pausa en la rutina cotidiana, inclusive a través de días feriados. El ritual también está presente a través de lo que Billig llama mecanismos “mundanos” o “banales” que, en el caso de la escuela, pueden verse sobre todo en lo que se conoce como ambientación. Desde los inicios de la masificación de la escuela, las paredes de las aulas han sido utilizadas con fines pedagógicos apoyándose en carteles con el alfabeto y los puntos cardinales, pero también en representaciones con el mapa del país y los héroes o hechos históricos fundamentales de la nación.
En las escuelas peruanas contemporáneas, las paredes incluyen contenidos relativos a las áreas curriculares, imágenes y frases religiosas, y representaciones de símbolos patrios y héroes nacionales. Las imágenes patrióticas permanecen en el aula a lo largo del año escolar como un elemento aparentemente decorativo, pero que reproduce el mismo discurso sobre la nación que se observa en el desfile y la formación. Así, este imaginario del Perú como producto heroico de hazañas militares que se inician con la independencia del poder español termina siendo naturalizado e interiorizado por los estudiantes de manera casi inconsciente.
Se trata de una manera de recordarnos nuestra nacionalidad con menor intensidad que un desfile o una formación, pero de forma permanente.
En suma, los rituales escolares, en su simplicidad, ocupan un lugar central en la configuración de los imaginarios sobre el Perú desde la escuela. Su conexión directa con las emociones y lo cotidiano pueden pesar más que la complejidad presente en los textos escolares, la cual, como vimos previamente, se enfrenta también a prácticas de enseñanza poco idóneas.
Es notable, sin embargo, que hoy también encontremos en las escuelas celebraciones de la diversidad del país, sea en las paredes de las aulas, en actividades como ferias gastronómicas o en los mismos desfiles, en los que se incorpora cada vez más la lógica del pasacalle que la militar.
Este sitio forma parte del programa institucional del IEP «Configuración y ejercicio del poder en el Perú del siglo XXI», que busca explorar las estrategias y mecanismos en que se ejerce el poder en el País de hoy.